La productividad del hombre depende del grado de adhesión a su tarea y empresa. Mientras más sentido tiene su trabajo, mientras mejor sea el clima laboral, mientras más justo considere su remuneración, más pone de su parte, en esfuerzo, iniciativa, ingenio e innovación Desde Génesis el trabajo se ha mirado bajo dos lupas radicalmente diferente – fuente de vida o de muerte. La una ve al trabajo como un castigo (una carga, un costo): debemos vivir por el sudor de nuestra frente. El trabajo es un medio para vivir. Es una simple fuente de ingreso. La segunda ve al trabajo como una forma de poner nuestros talentos al servicio de la creación y de así vivir el mandato de dominar la naturaleza. Somos copartícipes de la creación. En esta visión, el trabajo es fuente de auto realización. Estas distinciones se reflejan en el conocido cuento de los dos albañiles. Cuando se le preguntó al primero que estaba haciendo contestó “pegando ladrillos”; cuando se le preguntó al segundo, contestó “construyendo una catedral”. Esta distinción también se refleja en las diferentes maneras en que el trabajo es abordado por la economía. La concepción más tradicional mira al trabajo como un “factor de producción” más – como la maquinaria o la tierra arable; un costo, frente a lo que realmente deseamos, el ocio. Las concepciones más modernas de la economía, en cambio, ven al trabajo como mucho más que un simple factor de producción más. En efecto, el trabajo es fuente no sólo de ingreso si no de estima y auto-estima, pues es la principal manera en que el hombre contribuye a su sociedad. Esto no es un mero romanticismo. Como nos recuerda Juán Pablo II en su encíclica, Laborem Exercens, el hombre es el único animal que trabaja. Ningún otro animal trabaja – los demás animales simplemente cosechan lo que la naturaleza provee. De hecho, es gracias al trabajo, al esfuerzo y al ingenio del hombre que el planeta puede alimentar 7.000 millones de seres y no los 1.000 millones si es que tuvieramos que vivir sólo de la naturaleza como los demás animales. El trabajo, pues, es la fuente básica de la riqueza de las naciones. Asimismo, una maquina produce lo que tiene que producir según ciertas normas técnicas invariantes. En cambio, la productividad del hombre depende del grado de adhesión a su tarea y empresa. Mientras más sentido tiene su trabajo, mientras mejor sea el clima laboral, mientras más justo considere su remuneración, más pone de su parte, en esfuerzo, iniciativa, ingenio e innovación.Trátalo injusta o abusivamente y “arrastrará las patas”. Por eso a final de cuentas la esclavitud pasó a ser anti-económica. Como el factor clave en el desarrollo es el cerebro de obra y no la mano de obra, las técnicas más modernas de relaciones laborales enfatizan la necesidad de conseguir la adhesión del trabajador a los objetivos de la empresa para así movilizar toda su capacidad latente. Esto implica darle más autonomía y espacio de decisión; también implica una mayor responsabilidad e inciativa de su parte. Por eso, un buen trabajo redunda en una mayor productividad del trabajador así como en una mayor satisfacción en el trabajo. Gana la empresa al despertar un mayor y mejor esfuerzo de su trabajador; gana el trabajador al tener un trabajo más desafiante, creativo y con sentido. Este efecto no es trivial, pues los estudios muestran que después de la familia y la buena salud, la mayor fuente de felicidad de la gente deriva de su satisfacción en el trabajo. O sea, el trabajo puede ser mucho más que una fuente de ingreso. Un buen trabajo es fuente de valor, de gran valor. Joseph Ramos Docente Facultad Economía y Negocios Universidad de Chile